La ventaja competitiva de una economía o empresa depende hoy en día cada vez más de ideas innovadoras y servicios intangibles. Según el World Economic Forum (WEF), nos estamos moviendo del capitalismo al “talentismo”. El modelo de producción de bajo costo promovido en la región durante las últimas décadas es obsoleto y para que un país pueda competir, requiere transitar hacia una sociedad del conocimiento en la que se privilegie el capital humano (PNUD, 2011). En este quehacer es necesaria una mayor inclusión de mujeres en condiciones de equidad e igualdad. Las mujeres constituyen la mitad del potencial humano disponible en las economías –fuente de talento y trabajo, de imaginación y de creación, cuyo uso eficiente es condición indispensable para la competitividad y el desarrollo.
Una investigación efectuada por McKensey & Company (2007) sugiere que las compañías fuertemente representadas por mujeres a nivel de los directorios y puestos de alta gerencia, son también las empresas que presentan un mejor desempeño. Esto no necesariamente debido a una mayor inclusión de mujeres, sino por la posibilidad de contar con una mayor diversidad y pluralidad en la gestión y toma de decisiones. A nivel macroeconómico, también se cuenta con evidencias sobre el impacto de una mayor participación de mujeres en el ámbito laboral. Un estudio de Goldman Sachs (2007) muestra que si se lograra la paridad laboral entre hombres y mujeres en los Estados Unidos, el Producto Bruto Interno de este país se incrementaría en un 9%; indicador que ascendería a 13% para la Unión Europea y 16% para el Japón. Si bien estas estimaciones dependen de varios factores y no necesariamente son lineales, sirven para demostrar que al incrementarse la igualdad, no sólo se benefician las mujeres, sino también la sociedad en su conjunto con impactos importantes para el desarrollo sostenible y la competitividad.
En dicho marco, la concepción tradicional de la competitividad asociada al comercio exterior y desempeño económico, no guarda un valor en sí mismo sino en la medida en que esté orientada a objetivos más amplios de productividad nacional, de mejoramiento de condiciones de vida de la población y como una oportunidad para asegurar el ejercicio pleno de los derechos económicos, sociales y políticos de dicha población (PNUD, 2011). Superar esta visión de eficiencia económica y estrategias de ventajas comparativas implica utilizar la noción de competitividad social como expresión de una economía de eficiencia que rinda cuentas de las retribuciones que ésta tiene para el conjunto social (R. Echeverri).
El crecimiento económico de la región en los últimos años, el logro educativo de las mujeres y el incremento de su participación en el mercado laboral, así como los avances en materia de género y derechos en distintos ámbitos, respaldados con marcos jurídicos e infraestructura institucional y programas que impulsan la igualdad de género, no han sido suficientes para mitigar las desigualdades en la región. Estos progresos tampoco han podido revertir el estancamiento de la competitividad en América Latina, reflejando la necesidad de reformas estructurales e inversiones que aseguren mejores niveles de productividad y crecimiento en condiciones de equidad e igualdad (WEF, 2013).
Entre las principales barreras que enfrentan las mujeres en el contexto de la competitividad se incluyen el limitado acceso al crédito, la corrupción, las inequitativas regulaciones laborales y las dificultades para insertarse al mercado formal. Asimismo, entre los factores que contribuyen a esta limitante se encuentran, la segmentación laboral, los estereotipos de género, las restricciones legales y regulatorias, la carencia de una aplicación efectiva del marco legislativo existente y la debilidad de las políticas de conciliación entre la esfera productiva y reproductiva. Sobre este último factor se destaca que, a pesar que las mujeres han incursionado al mercado laboral de manera irreversible en los últimos años, esto no ha representado la reducción de su carga de trabajo reproductivo no remunerado.
Asimismo, entre los factores que contribuyen a alejar a las mujeres de la ciencia, tecnología e ingenierías, área clave para el desarrollo de capacidades de innovación y competitividad, se incluye los estereotipos de género; las dificultades para equilibrar la vida profesional, personal y familiar; la discriminación explícita y sutil; y el imaginario social sobre la ciencia y los científicos.
El abordaje de la igualdad y equidad de género en la competitividad, como parte de la agenda del Foro de Competitividad de las Américas es fundamental para contribuir desde dicho espacio al intercambio de experiencias y generación de políticas y estrategias en la materia. Este espacio se torna aún más importante frente al rol que podría cumplir dicho Foro para impulsar en los países de la región una agenda articulada que considere el impacto de la desigualdad de género en la capacidad de los países para competir exitosamente en un nuevo contexto económico (PNUD, 2011). En dicho quehacer, se concluye con algunas consideraciones adicionales:
Las variables tradicionales para medir la competitividad dejan de lado ámbitos en los que las mujeres contribuyen de manera importante al país, como es el trabajo doméstico no remunerado y la economía informal. Por ello, es fundamental replantear el análisis y medición de la competitividad más allá del ámbito productivo y la economía formal.
- Existe la necesidad de abordar de manera profunda la relación entre la igualdad de género y la competitividad, incluyendo entre los temas, el cómo la sociedad del conocimiento puede mejorar las condiciones de las mujeres y cómo la igualdad de género puede contribuir con la competitividad y una sociedad del conocimiento.
- Se necesita contar con datos desagregados por sexo en áreas críticas de la competitividad y la sociedad del conocimiento, incluyendo la relación entre inversión en I+D en cada país, cantidad de mujeres y varones en CTII y el ejercicio de su profesión; retención en la educación; patentes registradas. Esto puede ayudar a medir el impacto de la desigualdad de género en áreas clave para mejorar la competitividad.
- Frente a la persistente baja presencia de mujeres en puestos de decisión de la CTII, se requiere de políticas y estrategias que generen incentivos para lograr una mayor participación de mujeres en áreas estratégicas para mejorar la competitividad y la sociedad del conocimiento. Esto conllevará una colaboración intersectorial e interinstitucional y trabajo conjunto entre diversos sectores.
* Extracto del Artículo “Igualdad de Género para la Innovación y Competitividad” preparado por María Celina Conte, Especialista de la Comisión Interamericana de Mujere s (CIM), disponible en El Tercer Informe “Señales de Competitividad en las Américas”-2014, páginas 60-62: http://riacnet.org/archivos/informe/esp-informe-2014.pdf